sábado, 31 de octubre de 2009

Camerún día 17


La media jornada de hoy ha sido bastante intensa. Hemos pasado visita entre los llantos de la hija de un paciente que ha fallecido en el hospital por una patología respiratoria. Esta chica no paraba de andar de un lado para otro, gritando, dando pisotones y palmadas en el suelo, llorando. Nos han explicado que ésta es una reacción común aquí, el desahogarse de esa forma. Incluso, a veces, familiares algo lejanos que llegan al lugar del fallecimiento también realizan estas maniobras un tanto escandalosas como muestra de respeto. Esta noche se ha dado a la fuga un paciente al que teníamos que realizar una cura esta mañana en quirófano. Es raro porque ya había pagado la mitad de lo estipulado. Volverá. Quien también se ha marchado, pero sin pagar, ha sido una mujer que ayer dio a luz. El “sinpa” es un hecho algo común en este hospital, aunque no la norma, porque saben que se les atiende medio-bien, y es probable que algún día vuelvan, ellos o algún familiar. Y es que aquí las familias son muy extensas, porque a los hermanastros se les considera hermanos, se dice hermanos de padre o de madre, y como la media de hijos por mujer es alta (casi 5), pero se suele tener hijos con varias parejas antes de que se formalice un matrimonio... Pues eso. Y nuestros pacientes, a excepción de la chica que operamos ayer, se encuentran bien, dentro de la normalidad. Durante la ronda por la sala, la operada ayer se encontraba muy justita, séptica, fallo renal, dificultad respiratoria. Nos temíamos lo peor y así ha sido. Ha fallecido a las 11.20h. Las maniobras de reanimación ni se han intentado. El duelo del marido ha sido algo más discreto. Seguramente ya se lo esperaba por lo que le explicamos ayer y viendo como se encontraba. Aquí el tema de la muerte es bastante particular. Al preguntarle a Samuel por las gestiones que nos tocaba realizar por el fallecimiento, me ha explicado que la familia se ocupa de todo. Se ocupan del cadáver, se lo llevan como pueden del hospital para preparar el funeral. De hecho me han comentado más de una vez que es frecuente el traslado de cadáver en moto, en medio entre dos personas. Y se entierran donde les viene en gana, normalmente en terrenos colindantes al domicilio. Supongo que por eso de tener a la familia cerca. Al lado del hospital hay un terrenito con unas 8 o 10 tumbas, pero lo que más he visto es una (sobretodo) o dos sepulturas aisladas al lado de casas. Volviendo del hospital hemos visto por la carretera un cortejo fúnebre. Delante, los familiares más cercanos portaban un retrato grande de la difunta. Después, el coche con el ataúd, y detrás más gente, casi toda muy arreglada, todos de blanco y negro. Hemos observado que aquí los grupos sociales, sea cual sea la característica unificadora de los distintos elementos del conjunto, como por ejemplo pertenecer a la misma familia, un grupo de amigas, la celebración de una fiesta religiosa, los del equipo de hockey sobre hielo... suelen llevar un atuendo común. A diferencia del que llevaban los chavales en la película alemana La ola, aquí suelen estar hechos con telas africanas con coloridos llamativos. Incluso los trabajadores del hospital dicen que tienen una propia vestimenta personalizada, aunque yo todavía no la he visto. Lo del traslado en moto no ha sido el caso de los cadáveres de hoy, se los han llevado en coche. Después de estos desagradables sucesos, hemos tenido que hacer de traumatólogos, pues Mama Elise ha traído a su marido con lo que creemos era una fractura de Colles (fractura diafisaria del radio). No estaba desplazada, o eso nos ha parecido intuir en las radiografías que el encargado de mantenimiento, que igual está pintando las paredes, cambiando bombillas, arreglando la valla o irradiando a la gente, ha realizado. Mientras hacía las placas, las revelaba en el cuarto oscuro y dejaba que se secaran al sol, como desconocíamos el tratamiento idóneo de estas fracturas (y de cualquier fractura), hemos intentado hacer lo que cualquiera haría: consultar internet. Pero resulta que hoy nos habíamos dejado el módem portátil en casa. Así que hemos improvisado una especie de tormenta de ideas, sin llegar a ningún consenso. Como esto de realizar unas placas y tener el resultado es un proceso un tanto artesanal, me ha dado tiempo a consultar varios libros que hay abandonados por el hospital, y en un manual de urgencias he leído un capítulo que hablaba de las fracturas. Margarita, al trabajar muchas veces en quirófano con traumatólogos, sabía muy bien qué tipo de vendas poner encima y debajo del yeso y cómo crearlo (láminas de yeso más agua). De esto más o menos me acordaba de las prácticas que tuve en sexto de carrera, en las cuales puse uno o dos yesos. Como yo era el más experimentado (y el que más ganas tenía de hacerlo), me ha tocado ponerlo a mí. La duda ahora era cómo de largo tenía que ser el yeso: ¿cogiendo sólo la muñeca? ¿o también el codo? Como el año pasado un conocido mío (Pepe el de la barba) tuvo la misma fractura (aunque desplazada), recuerdo que le pusieron una férula desde muñeca a codo, incluyendo ambos, así que lo he propuesto, y aunque al principio ha parecido un poco exagerado, nuestro razonamiento final ha sido el siguiente: 1) más vale pasarse que quedarse corto, y la teoría que he argumentado de inmovilizar el codo para evitar la prono-supinación, ha convencido; 2) como esta semana vienen dos traumatólogos, si está mal puesto, pues que lo quiten y pongan otro. Al acabar la jornada laboral, los hombres de la casa (José, Julio y yo) nos hemos ido a dar una vuelta por la lonja, ver el ambiente de los barcos llegando y descargando el pescado, y tomarnos un algo. Nuestra idea inicial era una tapita de camarones con 650 cc de bebida, y tal vez más tarde comer. Pero como no venía Margarita ni Teresa, y nuestro francés es patético, hemos acabado (dos horas después de pedir y que nos enseñaran una especie de palangana llena de los bichos vivos) comiéndonos cada uno un pedazo plato de camarones y otro de plátano frito. Estaba muy rico, aunque llevara más picante de lo que acostumbramos a comer, pero seguro que menos de lo que acostumbran aquí, que es una pasada. Al terminar, para rebajar un poco el aperitivo, hemos paseado hasta un par de iglesias. La primera presbiteriana, donde estaban ensayando un grupo de cantantes, y uno de ellos se ha prestado a enseñarnos el templo. Después, y como ya empezaba a llover, y parecía que la tormenta iba a ser bastante potente, hemos echado un vistazo rápido a lo que llaman la catedral católica antes de volver a casa. Hemos pasado gran parte de la tarde sin luz, y la conexión a internet también ha fallado. Para matar el tiempo hemos jugando a cartas, a la escoba. Kribi, como ciudad mediana-grande, aunque también sufra cortes de luz, los suele recuperar en cuestión de horas. Y esto ocurre casi todos los fines de semana. Las ciudades grandes, Yaundé o Douala, a penas se quedan sin electricidad, y cuando ocurre, es escasa la duración. Si estuviéramos en un pueblo perdido en la jungla, la falta de luz podría durar días. Como buen sábado noche, y todavía con las gambas revoloteando por el estómago, hemos decidido salir a cenar al sitio pijo que fichamos el día que fuimos al mercado. No tenía mucha hambre, pero confiaba en la costumbre local de las dos horas de espera, que se ha cumplido, y tras una amena conversación sobre cine, música, gastronomía, medicina, anécdotas graciosas, viajes y otros temas, me he comido un filete de barracuda. Mañana domingo, tras pasar por el hospital, queremos ir a las playas de Gran Batanga, otra zona costera más al sur.

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