martes, 27 de octubre de 2009

Camerún día 13


Me habían regalado una cámara nueva con un super-objetivo. Lástima que no era una Olympus. Cuando empezaba a degustarla me ha despertado Julio diciéndome que teníamos una cesárea urgente. Eran las cinco y media de la madrugada. Dentro de lo malo, sólo nos ha quitado una hora de sueño. Lo más rápido posible marchamos hacia el hospital. Tras comprobar que el quinto embarazo de Bernardette Tchocounga presenta un prolapso de cordón, decidimos realizar una cesárea. Ha venido también Teresa, la directora del hospital, y hemos llamado a Godlove, el enfermero que hace las veces de anestesista cuando el hospital no dispone de uno. Él, al menos, sabe donde encontrar todo el material. Durante la preparación anestésica, la señora nos ha pedido si era posible realizar una ligadura de trompas. Faltaría más. A un ritmo extrañamente rápido y sin ningún percance logramos empezar la cesárea relativamente pronto. Todo sale fenomenal, a pesar de un par de vueltas de cordón y un poco de líquido meconial. Niño, 2600 gr. Cuando Margarita le pregunta por el nombre, la madre dice que todavía no lo tiene pensado. Es más, le ofrece a nuestra anestesista que elija el nombre que quiera. Ella, ni corta ni perezosa, le dice: Manuel, como su chico. Y si no se ha arrepentido de la oferta, alegando locura transitoria, estrés post-traumático o estar bajo los efectos de las drogas administradas por el equipo de anestesia, así se llamará el renacuajo. Como en toda cesárea, el acto quirúrgico es un mar de líquido amniótico, sangre y meconio, que casualmente cae del lado derecho de la paciente, donde estoy colocado. Estoy empezando a pensar que Julio me deja operar sobre todo las intervenciones en las que prevé que haya que pringarse, como en la del embarazo extrauterino y la cesárea (realmente me lo deja casi todo). Mientras se llevan a Manuel a la maternidad, nosotros terminamos la cirugía con la ligadura y el cierre. Acabo empapado, desde la cintura para abajo. La mezcolanza de líquidos traspasa la bata y el pijama. Los agujeros de mis zuecos dejan que mis pulcros calcetines blancos acaben llenos de topos rojos. Cuando tras adecentarnos un poco vamos a la maternidad a ver al neonato y a su madre, nos damos cuenta de que el pequeño lleva puesto un pijama, una chaqueta con gorro, una toalla, y encima una tela africana. La justificación, a parte de para que no pierda calor por eso de ser un feto, es que aquí ahora es época de frío, aunque estemos a 28ºC, época de lluvias. Pero la verdad es que ya estamos acabando este período. Ha pasado de llover todos los días a hacerlo intermitentemente, casi todos los días, incluso ahora alguno sale caluroso. No quiero saber el calor y humedad que tendrán en su verano. Como la cesárea nos ha trastocado el inicio, hemos ido a remolque el resto del día. Menos mal que hoy solamente teníamos una cirugía programada, una hernia inguinal recidivada (hernioplastia vía preperitoneal, para quien le interese). Hemos re-pasado visita rápidamente, Samuel lo había hecho por nosotros. Seguramente daremos el alta mañana a todas nuestras pacientes, a excepción de Mamá Esther, la señora con una neoplasia pancreática. No conseguimos un control del dolor. Ni lo conseguiremos. Tendremos que buscar la mejor solución posible, porque a excepción del dolor, se encuentra bastante bien. De entre los varones, sólo nos quedará Samson, el chiquillo con la fístula intestinal (re-operado 5 veces). Tras la cirugía, hemos intentado captar enfermos para operar, pero se resisten. Sólo hemos conseguido engañar a un niño de dos años con una hernia inguinal, pero tiene un catarro y nos esperaremos a la semana que viene. No sé si ha sido esa hora de sueño, pero yo he estado torrado todo el día. Por la tarde, ni a la playa. Solamente hemos ido a la boulangerie a merendar algún dulce, que pensamos que hoy nos hemos ganado.

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